La vida… qué cosa tan rara y tan hermosa. A veces nos arrastra, a veces nos regala.
Nos arrastra con sus giros inesperados, con las pérdidas, los tropiezos, el cansancio, los días en los que parece que todo se pone cuesta arriba. De repente un problema de salud, una ruptura, una llamada que te cambia el día o la vida entera.
Y, a pesar de todo, la vida también nos regala momentos inesperados que nos salvan sin hacer ruido: una carcajada que nos rompe por dentro cuando menos lo esperamos, una conversación sincera, un encuentro que no buscabas y te rescató sin saberlo, una canción que acaricia justo donde dolía. Un abrazo largo, una mirada que entiende, una historia que te emociona, un atardecer con el olor del mar o ese silencio compartido que no incomoda, que acompaña. Una mirada que te comprende sin decir nada. Una mano que se ofrece sin pedir nada a cambio. La risa de quien no sabe fingir. Un paseo sin prisa, con el viento en la cara. El recuerdo de alguien que te quiso bien. Un “gracias” que no esperabas. La sombra de un árbol en un día caluroso. Un animal que se te acerca sin miedo. El instante en que por fin te sientes en paz contigo.... Son todas esas pequeñas luces que no se anuncian, pero que, cuando llegan, te recuerdan que vivir sigue valiendo la alegría.
La vida tiene sus días de viento en contra y sus días de brisa suave. Nunca está quieta. A veces se disfraza de rutina, pero por dentro siempre se está moviendo. Es una mezcla de momentos que se cruzan, emociones que nos recorren, decisiones que tomamos, o que no tomamos, y personas que se quedan o se van. La vida es un viaje en movimiento.
Y si lo pensamos bien, ¿qué es el baile sino una forma de moverse con sentido? Bailar es dejar que algo nos atraviese. Es sentir el ritmo, aunque no sea perfecto, y responder con el cuerpo, con la mirada, con el alma. Bailar no es solo algo que hacemos con los pies: es algo que sucede cuando estamos presentes. Cuando nos dejamos llevar. Cuando nos atrevemos a estar ahí, sintiendo lo que venga. Bailar es una forma de estar vivos.
Así que cuando hablamos del baile de la vida, hablamos de eso: de aprender a moverse con lo que hay. De aceptar que no siempre sabremos los pasos, ni la música, ni la coreografía, pero que aun así podemos bailar. Porque la vida, cuando se baila, no exige perfección. Solo presencia. Solo ganas. Solo un poco de alma dispuesta a dejarse llevar.
Este verano, en El Hierro, la isla entera ha vuelto a bailar por su Virgen. Como cada cuatro años, los pueblos se unen en una danza que recorre caminos, barrancos y emociones. No es solo una promesa: es una forma de vivir. Bailan hombres y mujeres vestidos de blanco y rojo, con gorros de flores y el alma en los pies. Bailan al ritmo del tambor, la chácara y el pito. Bailan durante días, durante kilómetros, durante generaciones. Porque en El Hierro, bailar a la Virgen es mucho más que tradición: es identidad, es memoria compartida, es decir con el cuerpo “seguimos aquí, juntos, bailando la vida.
Y si uno se fija bien, hasta la naturaleza baila. Basta con observar cómo el viento mueve las ramas de una sabina. Esa sabina típica del Hierro, retorcida pero viva, es en sí misma una coreografía de la resistencia. No se enfrenta al viento: se deja llevar, se curva, se adapta, sigue. No se rompe. Bailar con la vida es eso: moverse con lo que viene, sin dejar de ser quien eres.
Demasiadas veces intentamos encajar en una coreografía que no es nuestra. Seguimos pasos que no sentimos, ritmos que no nos hacen bien. Y en ese esfuerzo por no desentonar, a veces nos perdemos. Nos olvidamos de que también podemos inventar nuestros propios movimientos.
Hay días en los que todo fluye. Y otros en los que no damos pie con bola. Pero seguimos bailando. Porque no se trata de hacerlo perfecto, ni igual que los demás. Se trata de bailar con lo que somos, con lo que sentimos. Cada persona tiene su ritmo. Mi baile es mío. Y no está hecho para que lo imiten. Porque los bailes verdaderos no se copian. Se sienten. Y ahí, justo ahí, está lo bonito.
En todas las celebraciones importantes de la vida, el baile está presente. Bailamos en las bodas, en las romerías, en las fiestas de los pueblos, en los conciertos, cuando gana nuestro equipo, en la noche de Fin de Año, en los carnavales, en una verbena improvisada, en una despedida, o cuando llega alguien que hace tiempo que no veíamos. Incluso en los entierros de algunas culturas se baila, como una forma de honrar la vida. El baile está ahí, atravesando nuestra alegría colectiva, uniendo a personas distintas en un mismo ritmo. Porque bailar es celebrar, a pesar de todo.
A veces el baile está en lo más simple: en cocinar con música, en reír con alguien, en acompañar a tu madre al médico, en caminar sin prisa, en mirar al cielo y sonreír. Eso también es bailar. Y eso, casi siempre, es lo que de verdad importa.
Y no, bailar no es solo para cuerpos jóvenes o ágiles. También baila una persona con discapacidad o una persona mayor. A veces se baila con una sonrisa, con una mirada, con el deseo, con la imaginación. Hay quien baila cada vez que se levanta aunque le duela todo. Quien se mueve por dentro aunque no se le note por fuera. Quien transforma el dolor en ternura. Y quien, con un pequeño gesto, te recuerda que la alegría es una decisión diaria.
La vida a veces se complica, se retuerce, se detiene. Y uno no sabe qué hacer. Pero en esos momentos, aunque parezca una locura, pensar que todo esto es un baile, puede cambiar algo. Porque incluso las situaciones más difíciles pueden estar enseñándonos un paso nuevo. Uno que no conocíamos. Uno que solo se aprende así: bailando con lo que hay.
Y quién sabe… A veces lo que nos ocurre no tiene sentido en el momento, pero años después entendemos por qué. Hay situaciones que duelen, que parecen injustas, absurdas o crueles, pero que con el tiempo revelan algo que entonces no podíamos ver. La vida no siempre se entiende en presente. Hay cosas que solo cobran sentido cuando las miramos desde otro lugar, con otros ojos, con calma. Por eso, si ahora no ves el sentido, no te castigues por no entender. No todo necesita explicación inmediata. A veces basta con seguir, con dejar que el tiempo aclare lo que ahora es confuso. Porque puede que lo que hoy vives como caos, mañana sea el punto de partida de algo mejor.
Así que si ahora mismo estás abajo, si no sabes cómo seguir, si la música parece haberse apagado… recuerda, esto también pasará. Volverás a moverte, a tu ritmo, con tus pasos, como puedas. Aunque sea torpe, aunque no haya coreografía. Porque no se trata de hacerlo perfecto. Se trata de estar presente, de no rendirte, de confiar en que el cuerpo y el alma, antes o después, vuelvan a coincidir.
Y ojalá, de verdad, ojalá, que cuando eso ocurra, recuerdes este amuleto emocional. Una frase sencilla, pero llena de vida. Una frase para llevar en la cartera, para decirte a ti mismo cuando todo brille, y también cuando no veas nada claro:
La vida es un baile. ¡Bailemos!
Recuérdala siempre. Regálasela a quien quieras. Úsala como faro, como abrazo, como impulso. Porque a veces, una sola frase puede sostenernos cuando todo lo demás se tambalea.