¿Y si la IA no viene a salvarnos, sino a reemplazarnos?

La inteligencia artificial es maravillosa. Sorprende, deslumbra, facilita. Es rápida, precisa, incansable. Pero justo cuando estás a punto de aplaudirla, descubres que también puede hacer tu trabajo. El de tu amiga. El de quien parecía imprescindible. Y lo hace sin cobrar un sueldo, sin quejarse, sin enfermar, sin vacaciones. Es perfecta, brillante… pero también inquietante.

Porque la IA no solo ayuda: sustituye. Y si te paras a pensarlo, casi todo lo que hoy hacemos, mañana podrá hacerlo ella. Y lo hará, además, mejor y sin nosotros ni nosotras.

¿Te imaginas un futuro sin personas trabajadoras? Puede sonar exagerado, casi como esas películas inquietantes del futuro donde todo se deshumaniza, las máquinas mandan y las personas sobran, pero la IA ya está transformando el empleo a una velocidad imparable. Ya no es una fantasía: es una realidad que avanza sin pedir permiso. Expertas, investigadores y organismos internacionales advierten que millones de puestos de trabajo están condenados a desaparecer. Lo que ayer parecía ciencia ficción, hoy se instala en nuestras vidas casi sin que nos demos cuenta.

Muchos dicen: "ya nos adaptamos antes". Que ya vivimos la Revolución Industrial y supimos reinventarnos. Que esta será otra transición más. Pero no es lo mismo. Entonces, millones de personas pasaron del campo a la fábrica. Luego al sector de los servicios o a las oficinas. Había un destino claro al que dirigirse. Hoy, en cambio, la inteligencia artificial no transforma los trabajos: los elimina. ¿Y hacia dónde irán millones de personas si las máquinas hacen casi todo más rápido, más barato y sin descanso?

Nos prometen que surgirán nuevas profesiones. Que nos reinventaremos. Pero, seamos honestos: ¿quién puede cambiar de vida a los 50, con una hipoteca, hijos y ansiedad? ¿Cuántas personas podrán reconvertirse, sin recursos, sin apoyo? La verdad es que esta transición no tiene red. Y por eso da tanto miedo.

Yo trabajo en lo social, y lo veo de cerca. Si ya es difícil para muchas personas con formación, imagina lo que les espera a quienes no manejan estas tecnologías. Personas mayores, con discapacidad, con baja alfabetización digital… ¿Qué espacio tendrán en un mundo dominado por la inteligencia artificial? Si hoy ya hay brechas digitales, esto las convertirá en abismos. Muchas quedarán fuera. No por pereza. No por falta de voluntad. Por un sistema que no contempla su existencia.

Y mientras tanto, seguimos molestándonos con las personas migrantes que huyen de la miseria. Qué ironía. Tal vez mañana seamos nosotros o nuestros hijos quienes tengan que emigrar. Por eso, cada vez que veamos a alguien que llega buscando un plato de comida, una oportunidad, un poco de dignidad, deberíamos mirarlo a los ojos. Porque quizás, un día muy cercano, esa persona seamos nosotros.

Esta transformación no es una más. No es una fase. Es un salto de especie. Y no hay vuelta atrás. Si la IA ocupa la mayoría de los trabajos, incluidos los del conocimiento, el arte, el análisis, el acompañamiento emocional… ¿qué nos queda?

¿Qué trabajo escaparía de esta transformación? Porque durante mucho tiempo pensamos: "el mío, no". Pero hoy cuesta encontrar un solo oficio que no pueda ser automatizado. En muchos bancos ya no hay personal en las ventanillas. En los aeropuertos, las maletas se facturan solas. En muchas empresas, las entrevistas de trabajo las hace un algoritmo. Incluso hay máquinas que cocinan, limpian, escriben, traducen, diagnostican, venden o conducen. Desde la gestión de una empresa hasta el control de acceso al edificio: todo podría hacerlo una máquina. ¿Queda algo? Tal vez sí: los cuidados. Las relaciones humanas verdaderas. La presencia cálida, la palabra a tiempo, el gesto que consuela. Eso, por ahora, no lo puede replicar ningún sistema artificial. Lo demás, lo puede hacer una máquina. Y a veces, mejor que nosotros.

Algunos plantean reconvertirnos en esos cuidadores, artistas o creadores, pero ¿eso puede absorber a 500 millones de personas en una década? No. ¿Cuántas podrán vivir del cuidado, si no se valora como merece? ¿Cuántas vivirán del arte, si la IA también compone canciones, pinta cuadros y escribe novelas? ¿Cuántas podrán reinventarse desde el cansancio, la deuda o la incertidumbre?

La paradoja es tremenda: nuestra economía basada en el consumo, necesita que la gente tenga ingresos. Pero si millones de personas pierden su empleo, se desplomaría el consumo. Y si se desploma el consumo, se desploma la economía. ¿Tú lo entiendes? Quieren prescindir de las personas, pero necesitan consumidores. Definitivamente, este es un sistema suicida, que se dispara a los pies.

Pensemos, por ejemplo, en Canarias. Dependemos del turismo. Si la IA provoca una gran pérdida de empleo en Europa, millones de personas tendrán menos ingresos. Y sin ingresos, no habrá vacaciones. El turismo bajará. Hoteles cerrados, tiendas y restaurantes vacíos, paro, migración forzada. Todo está relacionado y caerá como las fichas del dominó.

Nuestra insularidad nos hace más frágiles, pero también más conscientes. Por eso deberíamos ser de los primeros en alzar la voz. Hablar claro. Nombrar el miedo. Educar desde la duda. Enseñar a pensar, a cuestionar, a imaginar otra forma de vivir. Cuidar lo común. Crear comunidad. Abrazarnos. Dejar testimonio, para que las generaciones futuras sepan que no todas las personas aceptamos este destino en silencio.

Lo más probable será un mundo partido en dos: una élite tecnoeconómica, propietaria de los algoritmos, los datos y la energía, viviendo en otros planetas o en burbujas digitales, blindadas y despegadas de la realidad; y una mayoría precarizada, con empleos basura, ayudas condicionadas y una narrativa de "es tu culpa si no te adaptas". Como si la culpa fuera nuestra.

No, no es pesimismo. Es valentía. No se trata de sembrar miedo, sino de sembrar preguntas. Urgentes. Necesarias. Porque aún estamos a tiempo. No de frenar la ola. Pero sí de decidir cómo mantenernos a flote después de que esta pase. Qué valores defender. Qué humanidad conservar.

Tal vez tú no lo veas. Tal vez yo tampoco. Pero esto ya empezó. Y lo que viene no es solo otra economía: es un nuevo orden social. Un mundo donde el trabajo humano será marginal, innecesario o incluso molesto. Un mundo gobernado por algoritmos, en manos de una élite, donde la mayoría vivirá con lo justo.

Y sí, el futuro será distinto. Muy distinto. Aunque hoy no lo veamos. Pero llegará. Y lo que está en juego no es solo el trabajo. Es la forma en que queremos vivir. La forma en que queremos convivir. La forma en que queremos seguir siendo humanos.

La inteligencia artificial puede ser una herramienta maravillosa si se pone al servicio del bien común. Pero si se entrega al mercado, sin alma ni regulación, puede arrasar con todo. Y lo peor no sería perder el empleo. Lo peor sería perder la dignidad, la humanidad.

Ojalá sepamos verlo a tiempo. Y actuar. Aunque sea tarde.