Si estás en política, o sueñas con dar ese paso, me gustaría hablarte desde un lugar que no siempre se escucha: el de quien ya estuvo dentro.
No vengo con lecciones, ni con recetas mágicas. Solo con cicatrices que enseñan. Porque si algo aprendí en ese viaje, es que las buenas intenciones no bastan. Allí dentro, o aprendes a sostenerte sin perder el alma… o acabas olvidando por qué y para qué entraste.
Esto que vas a leer no es un discurso ni una queja. Tampoco una receta que lo cure todo. Es apenas una conversación sincera, de esas que ojalá alguien me hubiera ofrecido antes de entrar. Una brújula para no perderte por dentro. Un mapa emocional y ético para seguir siendo persona, incluso en medio del ruido. Para que, cuando llegue el día de marcharte, porque todo pasa, puedas mirarte al espejo, y sostenerte la mirada. Sin reproches. Sin máscaras. Con paz.
Porque la política, si no se vive con conciencia, puede deformarte. No siempre te das cuenta al principio. Te rodean, te aplauden, te escuchan, te invitan a los actos, te felicitan. Y tú sientes que estás haciendo algo grande. Y lo estás… si no te olvidas de quién eres. El problema es que es fácil olvidarlo. Muy fácil.
Empiezas a verte en los medios, a que la gente te pare por la calle, a que te pidan opinión de todo. Y te vas convenciendo, casi sin darte cuenta, de que eres imprescindible. Que sin ti no sabrían cómo seguir. Que tú lo harías mejor que nadie. Ese es el primer paso para perderse.
Te lo digo porque estuve ahí. Por eso quiero ofrecerte algo muy sencillo: unas cuantas preguntas. Para que no te engañes. Para que te las hagas cuando estés a solas, cuando bajes del escenario, cuando nadie te aplauda. Cuando solo estés tú contigo: ¿Volvería feliz a mi vida anterior si mañana pierdo el cargo? ¿Sigo teniendo cerca a gente que me diga la verdad, aunque me duela? ¿Estoy pensando más en las personas o en las estrategias? ¿Escucho más de lo que hablo? ¿Cuántas veces he dicho últimamente “me equivoqué”? ¿Siento que, sin mí, todo se viene abajo? ¿Estoy dispuesto a renunciar si me alejo de mis valores o si me obligan a hacer algo que no me parece ético? ¿Estoy usando el cargo para servir… o para tapar alguna carencia afectiva? ¿Trato a las personas como fines… o como medios?
Si contestar alguna de esas preguntas te incomoda, enhorabuena: todavía estás a tiempo de hacer política de verdad.
Porque hay una tentación muy común en esta “profesión”: la de sentirse salvador. Creer que sabes mejor que nadie lo que necesita la gente. Que tú lo ves claro y el resto está equivocado. Pero te lo digo con el corazón en la mano: el poder no necesita héroes. Necesita personas humildes. Gente que escuche. Que dude. Que se rodee de personas que no siempre le dan la razón.
Y a veces, liderar también es saber irse. No por cobardía, sino por coherencia. No por derrota, sino por dignidad. Y no es fácil. Porque el sistema te empuja a aguantar, a resistir, a no ceder. Pero hay momentos en los que la única manera de seguir siendo tú mismo es soltar. Lo sé porque lo viví.
Yo mismo dimití como presidente del Consorcio de Emergencias de Gran Canaria. Habíamos logrado, tras más de un año de diálogo con los bomberos, un acuerdo que sentía justo, necesario, humano. Pero el presidente y los alcaldes plantearon condiciones distintas, sin espacio para el consenso. Y algo dentro de mí supo que no podía seguir ahí.
Me dolió. Porque no era solo un cargo: era un compromiso profundo con las personas. Pero quedarme hubiera sido rendirme por dentro. Cuando ya no puedes ser justo, irte no es huir. Es sostenerse por dentro, resistir sin hacer ruido.
Años después, la justicia me dio la razón. Sí, había que haber negociado. Y sí, los bomberos tenían derechos que no se estaban cumpliendo. Pero más allá de la sentencia, lo importante fue otra cosa: volver a casa, mirarme al espejo y saber que no me fallé. Dormir tranquilo también es una forma de dignidad.
Mira, detrás de cada cargo hay una persona. Y esa persona tiene historia, emociones, miedo, límites. El sistema, tal y como está, no está diseñado para cuidar de ti. Ni de tu salud, ni de tu alma. Está diseñado para exprimirte. Para exigirte resultados, fidelidades, rapidez. Para que rindas. Para que aguantes.
La psicología lo sabe bien: el poder activa zonas del cerebro que refuerzan el ego. Te sientes fuerte. Seguro. Pero también corres el riesgo de dejar de escuchar. De endurecerte. De desconectarte. Y si no tienes una vida personal sólida, si no hay alguien fuera del cargo que te recuerde quién eres… acabas creyendo que solo vales si estás ahí. Y eso… cansa. Cansa el alma.
Porque estar en política también es vivir bajo lupa. Es recibir ataques, ver cómo se malinterpretan tus palabras, soportar mentiras. Es convivir con la sospecha, con la exigencia constante, con la presión de tomar decisiones que afectarán a muchas personas.
Y mientras tanto, los pequeños privilegios, las atenciones, el reconocimiento… te van atrapando. Te vuelves adicto sin querer. Y un día, sin darte cuenta, te descubres agarrándote al cargo como si fuera tu vida entera. Como si no hubiera más mundo fuera del despacho. Como si no supieras quién eres sin ese título.
Y sí, a veces es triste ver cómo algunas personas se resisten a irse y acaban haciendo el ridículo. Pero más triste aún es verlas perderse a sí mismas. Por eso escribo esto.
Porque también hay personas buenas en política. Personas decentes. Gente que no ha perdido la ternura, ni la coherencia, ni la capacidad de decir “me equivoqué”. Personas que han sabido irse a tiempo. O que han sabido quedarse sin traicionarse. Personas que entienden que el liderazgo no es mandar, sino servir.
Este texto no es un reproche. Es un recordatorio para que no te pierdas. Para que cuides de ti. Para que no enfermes. Para que, cuando todo esto acabe, porque acabará, no tengas que reconstruirte desde los escombros.
Porque al final, todo se resume en esto: No somos eternos, ni en la vida ni en los cargos. La política no debería ser un lugar donde quedarse, sino un lugar por el que pasar dejando algo mejor. No venimos a ocupar sillones, sino a sostener decisiones con dignidad. Y luego, saber irnos. Saber dejar paso. Saber volver a casa como una persona más, en paz.
Así que si estás ahora en política, o estás por entrar, no lo olvides: el mundo no necesita más héroes. Necesita personas íntegras. Necesita menos discursos y más coherencia. Menos eternidades y más gestos que dejen huella aunque no salgan en portada.
Ojalá te sirva. Para no olvidarte de quién eres. Para no perderte. Para hacer política sin dejar de ser persona.