La prevención es política con mayúsculas

¿No te pasa a veces que piensas en cómo cambia todo cuando prevenimos? Cuando revisamos el coche antes de un viaje, cuando nos hacemos una analítica a tiempo, cuando llevamos paraguas porque el parte anuncia lluvia. Prevenir es cuidar, es pensar un paso más allá. Y sin embargo, en la vida pública, parece que se nos olvida lo más elemental: que lo que evitamos hoy es lo que nos ahorra lágrimas mañana.

La buena política es la que se dedica a prevenir. La que atiende lo importante, no solo lo urgente. Lo urgente da titulares; lo importante salva vidas.

La política mediocre, en cambio, vive del corto plazo: improvisa, da patadas hacia adelante y confía en que, cuando el problema estalle, ya no sea su responsabilidad. Ese cortoplacismo es uno de los grandes fracasos de nuestra democracia y una de las razones de la frustración ciudadana. Vemos cómo se repite la misma historia, crisis tras crisis, sin que nadie invierta en lo esencial.

Prevenir es atender las causas, no maquillar las consecuencias. Es invertir hoy para evitar mañana sufrimientos, gastos y desastres. Este verano lo vivimos en España: incendios devastadores que arrasaron bosques, casas y hasta vidas enteras. Y, como siempre, el mismo ritual: discursos solemnes, responsables en primera línea para la foto, visitas de autoridades con casco y chaleco, palabras de consuelo de los reyes a las víctimas. Todo muy digno, pero la pregunta es inevitable: ¿no sería mejor evitar que hubiera víctimas?

Lo peor es que casi nunca se asumen responsabilidades. Se echan las culpas a otros, se maquillan errores flagrantes, incluso posibles delitos. Ojalá la justicia actúe, tanto en los incendios como en la DANA de Valencia, y sancione como corresponde. Porque si un político sabe que, haga lo que haga, nunca pagará consecuencias, ¿para qué va a invertir en lo invisible?

Prevenir un incendio exige trabajo todo el año: cortafuegos, desbroces, acuerdos con pastores, planes de autoprotección en los pueblos, educación ciudadana… En Gran Canaria y en Portugal ya se aplican quemas prescritas; en Japón cada escuela y cada barrio organiza simulacros. El verdadero héroe político no es quien apaga incendios, sino quien logra que no se produzcan.

En salud pasa lo mismo. La política mediocre se cuelga la medalla cuando refuerza las urgencias ya colapsadas. La política con mayúsculas actúa antes: chequeos rutinarios, actividad física en la escuela, acceso universal a terapias psicológicas, programas contra el tabaquismo y el alcoholismo, campañas para mejorar la alimentación.

Seguimos centrados en curar, no en evitar que la gente enferme. Apenas ahora, en 2025, se ha puesto en marcha en Canarias una experiencia piloto para que los médicos prescriban actividad física en casos de enfermedades crónicas como obesidad, hipertensión o colesterol. Una idea magnífica, sin duda. Pero lo grave es la tardanza: algo que se debía haber hecho hace 50 años y que todavía estamos probando a modo de experimento. Llegamos tarde a lo obvio.

La violencia machista es otro ejemplo doloroso. Cada asesinato sacude titulares, discursos y minutos de silencio. Pero siempre se llega tarde. La prevención comienza mucho antes: educación en igualdad desde la infancia, una justicia más rápida, recursos sociales suficientes. Y donde se han aplicado programas de prevención, los casos se han reducido.

En Canarias tenemos un caso de manual de falta de prevención: la vivienda. Durante 20 años apenas se construyó vivienda pública. Se dejó que el mercado “se regulase solo”. El resultado es el que sufrimos hoy: alquileres imposibles, jóvenes sin emancipación, familias al borde de la tragedia.

La prevención habría sido construir con visión de futuro, regular a tiempo los alquileres turísticos, reservar suelo para vivienda pública. No se hizo, y ahora llegan las lamentaciones.

Con las personas mayores ocurre igual. La pirámide está invertida: cada vez hay más personas que superan los 80 años que niños. Hace décadas que se sabía, pero no se hizo nada. Ni políticas de envejecimiento activo, ni recursos suficientes para la dependencia, ni un plan serio. El mensaje implícito es cruel: “que cada cual se busque la vida cuando le toque”. La dignidad de una sociedad se mide por cómo trata a sus mayores. Y estamos suspendiendo.

En Gran Canaria cada año se anuncian nuevos albergues para animales abandonados. Grandes, costosos y pronto desbordados. Se venden como solución, pero son la prueba del fracaso: atender consecuencias, no causas. Lo mismo pasa con los gatos comunitarios. Hoy ya hay superpoblación, y si no se aplica el método CER (captura, esterilización y retorno), dentro de cinco años tendremos una crisis mucho mayor.

Los números hablan solos. El Cabildo invertirá más de 22 millones en construir cinco albergues y otros 6 millones cada año en mantenerlos. Para esterilizaciones, apenas 66.000 euros. Es decir: millones para la consecuencia, migajas para la causa real del abandono. Esa es la diferencia entre aparentar y prevenir.

Con los residuos pasa igual. Los contenedores están a rebosar, todo mezclado. La recogida selectiva apenas funciona. No porque aquí seamos peores que en otros lugares, sino porque no hay una política seria que eduque y sancione. El mejor residuo es el que no se genera. Y en eso seguimos en pañales.

Y podríamos seguir: ¿qué pasa con el agua en Canarias, donde se sigue perdiendo casi la mitad en fugas de tuberías viejas? ¿Y con el turismo, que creció hasta saturar islas enteras sin una estrategia de sostenibilidad real? En todos estos ámbitos, la prevención habría sido más barata, más inteligente y más humana.

Para prevenir, hace falta invertir. No basta con discursos ni con planes guardados en un cajón. Y la realidad es dolorosa: gastamos más en apagar incendios que en impedirlos, más en inaugurar albergues que en esterilizar, más en urgencias colapsadas que en salud preventiva, más en nuevos vertederos que en reducir residuos. No es que no haya dinero: es que se gasta en lo vistoso. El pan y circo romano sigue vigente: conciertos multitudinarios, estadios de lujo… mientras se descuida lo que de verdad importa.

Todos estos ejemplos nos dicen lo mismo: la prevención es más barata, más humana y más eficaz que improvisar después del desastre. Pero requiere algo escaso: visión a largo plazo, compromiso real, valentía para trabajar en lo invisible y, sobre todo, rendición de cuentas.

La prevención no es un lujo ni una opción secundaria. Es la diferencia entre llegar tarde a apagar fuegos —reales o metafóricos— y construir una sociedad que se anticipe, que cuide y que proteja.

Prevenir no da tantas fotos ni titulares como inaugurar. Pero es lo único que evita tragedias. Porque gobernar de verdad no es pensar en las próximas elecciones, sino en quienes vendrán después.

Prevenir es proteger lo que amamos antes de que se pierda. Y si algún político piensa que eso no vende, que recuerde que hasta en los chistes más viejos se dice: “mejor prevenir que lamentar”. Esa es la gran verdad. Y la gran política.