Lo que ha ocurrido hoy es de las cosas más graves y más trascendentales de los últimos 50 años en este país.
Y no lo digo con dramatismo. Lo digo convencido de que, a partir de ahora, nuestras vidas van a cambiar radicalmente. Y no para bien.
La OTAN ha decidido que cada país debe destinar el 5 % de su PIB a gasto militar. En el caso de España, eso significa pasar de los 21.000 millones actuales a más de 70.000 millones de euros al año. Y ese dinero no lo dudes, saldrá directamente del presupuesto público, así que habrá que recortar drásticamente nuestras pensiones, sanidad, educación, dependencia, vivienda y todos los servicios que sostienen un país decente.
¿Quién ha decidido esto? ¿Acaso lo votamos en las urnas? ¿Se ha consultado a la ciudadanía? ¿Se ha debatido en el Congreso? No. Se decidió fuera. Y si alguien se atreve a poner un pero, como ha hecho España, ahí aparece Trump en su versión más agresiva, amenazando con represalias económicas, como si fuéramos súbditos de su imperio. Como si obedecer fuera la única opción.
Y lo más grave es que Europa calla. Mira hacia otro lado. Nadie planta cara. Nadie defiende a su gente frente a esta barbaridad que no busca protegernos, sino enriquecer aún más a la industria armamentística estadounidense, que es quien se va a llevar la mayor parte de ese dinero.
Esto ya no es una política cuestionable. Es una locura colectiva. Una rendición ética. En lugar de invertir en acabar con las guerras, en construir paz, en ayudar a los países más pobres, en garantizar los derechos humanos o en proteger el planeta, estamos eligiendo alimentar el negocio de la destrucción. Y lo peor es que lo hacemos sin protestar.
¿De verdad este es el mundo que queremos? ¿Vamos a mirar a nuestras hijas y nietos y decirles que no hay dinero para sus becas, para su atención médica o para su vejez digna… porque lo gastamos en armas?
Esto no es exageración. Es lo que va a pasar. Porque si no hay recortes brutales, la otra opción será una subida histórica de impuestos. Y con una economía asfixiada, vendrán el paro, el empobrecimiento y los conflictos sociales.
Porque esto no es defensa: es una condena. Una condena disfrazada de seguridad, pero que esconde un negocio millonario que nos vacía por dentro y por fuera. Nos recortan la paz para financiar la guerra. Y lo más terrible es que ya lo están haciendo sin que apenas lo notemos.
¿Pensión o misiles? Ya han elegido por ti. Y no fuiste tú quien votó eso. Ni tú ni nadie. Nos van a quitar la vida para comprar armas. Nos arrodillamos como Europa, mientras otros se enriquecen a costa de nuestra salud, nuestros derechos y nuestro futuro.
Porque esto no es solo un conflicto entre gobiernos. Esto es una guerra silenciosa contra la ciudadanía. Contra su bienestar. Contra su dignidad. Y si nadie lo para, si nadie se planta, entonces el mayor robo silencioso a la ciudadanía pasará delante de nuestros ojos sin que ni siquiera podamos decir que no lo sabíamos.
Así que no, no te engañes. No es algo lejano. El negocio de la guerra ya te está afectando.
Es el momento de la política con mayúsculas. Aquí no puede haber teatro, ni show, ni circo, ni cálculos partidistas. Aquí nos jugamos el futuro. Y la única salida digna es que arrimemos el hombro, que unamos a toda la sociedad y que le digamos al mundo, alto y claro, que este no es el planeta que queremos.
Estamos aceptando en silencio un pacto que puede arruinar nuestro presente y destruir el futuro de quienes aún no han nacido.
Si no frenamos esto ahora, pronto no quedará país que proteger, ni derechos que defender. Solo ruinas disfrazadas de seguridad.
Este es el precio de callar: perder la paz, la justicia y el sentido de humanidad. Y lo estamos pagando ya.
Nos están robando el futuro delante de los ojos. Y lo llaman defensa.
Lo que hoy parece una decisión técnica, mañana será la causa de un país más pobre, más roto y más injusto.