Cuando el urbanismo olvida a las personas

En Las Palmas de Gran Canaria se habla mucho de vivienda. De la falta de vivienda, del precio de la vivienda, de la urgencia de construir más vivienda pública. Y, sin embargo, cuando por fin se deciden a construir, vuelven a cometer el mismo error: mirar el suelo, pero no mirar la vida que hay alrededor.

Se planifica desde arriba, con el lápiz en la mano y el corazón lejos del barrio. Se cuentan metros, no historias; se levantan proyectos, pero no comunidad.

El último ejemplo de ese urbanismo sin alma lo tenemos en el Risco de San Nicolás, donde se proyecta levantar 50 viviendas junto al Hospital Juan Carlos I, en terrenos del Ministerio de Defensa. Una zona que no es cualquier zona: allí está el Castillo de San Francisco, el Mirador de Punta de Diamante, y un paisaje que forma parte de la memoria de la ciudad.

Y una vez más, las vecinas y vecinos —a través de la asociación AmiRisco— alzan la voz, no para oponerse a la vivienda pública, sino para pedir algo muy simple: que se haga con sentido, con respeto y con diálogo.

Desde un despacho todo parece sencillo: aquí cabe un edificio, allá una calle, más abajo un aparcamiento. Pero los planos no cuentan la vida. No hablan del ruido que traerá el tráfico, ni de las tardes sin sombra porque faltan árboles, ni de los niños sin parques o las personas mayores sin bancos donde sentarse. Tampoco recogen el miedo de quienes ven cómo su barrio cambia sin que nadie les pregunte nada.

El Risco de San Nicolás es un barrio con alma, con heridas y con historia. Un lugar que ha sobrevivido al olvido institucional y que ahora vuelve a sentirse amenazado por una forma de construir que no escucha. Ya lo vivieron con la construcción del antiguo hospital militar, que alteró para siempre el paisaje y la convivencia. Y ahora, cuando por fin se empezaba a hablar de rehabilitación, de dignidad y de futuro, el barrio vuelve a sentir que el progreso le pasa por encima.

Lo más frustrante de todo es que ya existía un acuerdo, un plan, una hoja de ruta sensata: el Plan Especial de San Nicolás, aprobado en 2023, fruto de años de trabajo y participación vecinal. Ese plan fue una bocanada de esperanza. Reconocía que la rehabilitación debía hacerse desde dentro, sin expulsar a la gente, aprovechando los solares vacíos y las viviendas en ruinas que aún existen. Era una idea sencilla y sensata: construir viviendas dignas para las vecinas y vecinos del propio Risco, respetando su tipología, su identidad y su historia.

Era un compromiso entre administración y ciudadanía. Un pacto que decía, en esencia, que el futuro del barrio se levantaría sobre sus propios cimientos. Pero apenas ha pasado un año, y ya se está rompiendo.

En lugar de poner en marcha lo acordado, el Ayuntamiento y el Ministerio de Vivienda se lanzan ahora a edificar junto al hospital, justo en el entorno del Castillo de San Francisco y del Mirador de Punta de Diamante, una de las zonas con mayor valor paisajístico de la ciudad.

Y lo más grave: las nuevas viviendas no serán para la gente del barrio, como preveía el plan. Se destinarán a “alquiler asequible de libre acceso”, es decir, a cualquier persona, de cualquier parte, sin prioridad para quienes llevan años esperando una vivienda digna en San Nicolás.

La consecuencia es evidente: se incumple la promesa y se desvirtúa el sentido social del proyecto. Esto no va solo de bloques. Va de cómo entendemos el progreso.

Cuando las decisiones se toman sin escuchar, los errores se repiten. Los técnicos miden metros, pero no miden afectos. Dibujan calles, pero no dibujan vidas.

Un barrio no es un tablero donde se encajan piezas: es una comunidad con ritmos, costumbres y necesidades propias. Y cuando se ignora ese tejido invisible, lo que se crea no es ciudad, sino conflicto.

AmiRisco lo ha dicho con claridad: no se trata de rechazar la vivienda pública, sino de exigir que se haga con sentido humano y planificación integral.

Porque cada decisión urbanística tiene consecuencias: más coches, menos zonas verdes, menos silencio, menos armonía.

Y el resultado, tantas veces, es el mismo: barrios saturados, sin espacios de ocio, sin transporte suficiente, donde la convivencia se deteriora porque nadie pensó en ella.

No es la primera vez que pasa. En Tamaraceite, en La Feria, en Escaleritas o en Lomo Apolinario también se construyó con prisas y sin mirada de conjunto. Se levantaron edificios, sí, pero sin parques suficientes, sin transporte adecuado, sin aparcamientos, sin lugares donde la gente pudiera encontrarse. Los vecinos llegaron, pero los servicios no. Y al final, lo que debía ser un avance acabó convirtiéndose en un nuevo foco de problemas cotidianos.

Es como si nunca aprendiéramos la lección. La experiencia demuestra que sin planificación social, el cemento no arregla nada. Y que los barrios no se regeneran con grúas, sino con respeto, coherencia y participación.

Y luego está la participación ciudadana, esa palabra tan repetida y tan maltratada. Se llena la boca el Ayuntamiento, el Cabildo y el Gobierno de Canarias hablando de participación, de escuchar a la gente, de construir desde abajo. Pero en la práctica, las decisiones ya vienen tomadas. Eso no es participación, es decorado democrático.

La verdadera participación implica compartir el poder de decidir, no solo escuchar para cumplir el expediente. Implica dejar que los barrios opinen, que los vecinos propongan, que las comunidades participen en el diseño de su propio futuro. Y cuando eso ocurre —cuando de verdad se escucha— los resultados son mucho mejores.

El entorno del Hospital Juan Carlos I podría ser otra cosa: un espacio verde, un mirador rehabilitado, un lugar donde la ciudad respire. Podría acoger el centro cultural que algún día albergue el Castillo de San Francisco, o simplemente ser un refugio para mirar el mar, para mirar la vida desde la altura y sentir orgullo de una ciudad que sabe cuidar sus rincones.

Ojalá lleguemos a tiempo y se pare esta locura. Ya están tardando en rehabilitar las casas en ruinas y en construir en los solares vacíos del barrio. Sería una oportunidad histórica para demostrar que se puede hacer una ciudad amable, coherente y bonita. Una ciudad que integre, que respire, que emocione.

¿Te lo imaginas? Un ejemplo de las cosas bien hechas. No es tan difícil.