Nadie sobra. De verdad. Ni tú, ni yo, ni ninguna de las personas que vivimos aquí. Todas tenemos el mismo derecho a estar, a participar, a ser parte. Y no solo eso: todas tenemos algo bueno que ofrecer. Algo que enriquece a las demás, aunque el mundo a veces esté mal diseñado para verlo o para valorarlo.
Porque no somos piezas sueltas. Somos parte de algo más grande. Y ese algo, ese puzzle, se llama humanidad.
Lo olvidamos a menudo. Nos enredamos en etiquetas, en comparaciones, en modelos de éxito o belleza que excluyen a casi todo el mundo. Pero hay algo que no cambia: todas las personas necesitamos lo mismo. Sentirnos vistas. Queridas. Valoradas. Incluidas.
Vivimos en comunidad. Nos relacionamos, trabajamos, cuidamos, compartimos. Nos agrupamos por afecto, por ideas, por afinidades. Por eso la accesibilidad no es solo técnica: es profundamente social. Es una cuestión de vínculos. De si hacemos espacios y relaciones donde todas las personas podamos estar, ser y participar si sentirnos fuera de lugar.
Participar no es solo un derecho: es una necesidad humana. Sentir que se cuenta, que uno forma parte, es lo que sostiene la autoestima, la alegría, las ganas de vivir. Negar esa posibilidad es cortar el acceso a la dignidad. Y por eso la accesibilidad no es un favor. Es una herramienta para que todas las personas podamos vivir con sentido, con independencia y con dignidad.
La accesibilidad no se limita a rampas o señales. Tiene que ver con cómo miramos, cómo organizamos la vida en común, cómo entendemos lo que significa formar parte. Es un derecho, no una concesión. Y nos beneficia a todas las personas. Porque todas, en algún momento, la vamos a necesitar: cuando envejecemos, cuando enfermamos, cuando cuidamos, cuando el cuerpo cambia. Porque eso también es vivir.
No es que haya personas con problemas. Es que muchas veces es el entorno el que los crea. Las barreras físicas, comunicativas, mentales o sociales, son las que impiden que muchas personas puedan ser autónomas, participar, elegir, aportar. Y esas barreras, al no ser derribadas, convierten a muchas personas injustamente en dependientes. No por su forma de ser, sino por cómo está organizado el mundo.
Las personas no se limitan por sus cuerpos, sino por la falta de apoyos, de comprensión o de acceso. Y cuando el entorno se transforma, también cambia la vida. Por eso la accesibilidad es universal: porque mejora la vida de todas las personas.
Hay personas que no encajan en los cánones sociales, pero cumplen con algo mucho más importante: nos recuerdan lo esencial. Viven la vida con gratitud, con coraje, con presencia. Nos enseñan a parar, a mirar más allá de las apariencias. Nos ofrecen un espejo más honesto, donde lo que brilla no es el cuerpo perfecto, sino la forma de estar en el mundo. Y sin embargo, muchas veces se les margina, se les infantiliza, se les observa con pena.
La belleza no está en la perfección, sino en cómo una persona se relaciona con la vida, con lo común, con las demás.
Por eso hablar de accesibilidad es hablar de justicia. De humanidad. De convivencia real. No se trata de “ayudar a otros”, sino de construir una sociedad que cuide a todas sus personas. Y eso solo se logra si participamos, si nos mezclamos, si nos celebramos.
Y aquí viene algo esperanzador: cuando compartimos el camino, las barreras se caen también por dentro. Las actitudes cambian cuando nos encontramos. Cuando nos conocemos. Cuando dejamos de mirar desde lejos y empezamos a ver desde cerca.
Porque lo dicen muchas personas y lo confirma la psicología: cuando hay vínculo, hay comprensión. Y donde hay comprensión, nace la justicia.
Por eso necesitamos espacios como el que se vivirá el próximo 12 de julio, en la Playa de Las Canteras, con la 3K Gran Canaria Accesible. Una caminata de 1,5 kilómetros o una carrerita de 3, sin cronómetros ni podios, donde lo importante no es llegar primero, sino llegar juntos. Será una fiesta abierta, gratuita, alegre y diversa. Una oportunidad para caminar, rodar en silla de ruedas, acompañar o simplemente estar. A tu ritmo. Como eres.
Y lo más bonito es que puedes venir con quien quieras: con tu madre, tu padre, con tu hijos, con tu pareja, con tu vecina, con tu pandilla, con tus compis de trabajo, con tu perro o... contigo mismo.
Esta fiesta también es tuya. Y también es de quienes te rodean. Invítales. Compártelo. Anímales. Porque la accesibilidad se construye y se celebra en compañía. Permítete este regalo. Un rato para conocer gente, emocionarte, reírte… y sobre todo, para darte cuenta de que hay muchas formas de avanzar, pero la mejor es hacerla sin dejar a nadie atrás.
Ese día habrá desayuno colectivo, música en directo, camisetas de colores, alegría, abrazos. Pero lo más importante no estará en el escenario, sino en los vínculos que allí se formen. En las miradas limpias. En los encuentros reales.
Una sociedad es verdaderamente libre cuando todas las personas pueden participar de la alegría común.
La accesibilidad no es un gasto, es una inversión en convivencia, en derechos, en dignidad compartida. Eso si, no puede seguir siendo lo último en los presupuestos. Porque si falta alguien, no estamos todos.
Y si algún día se nos olvida el rumbo, bastará con recordar esta imagen: Un arcoíris de colores, cuerpos y almas, recorriendo la orilla, sonriendo juntos al mundo, diciendo sin palabras: ¡Este mundo es más bonito cuando cabemos todos y todas!